La leyenda de los Uemas: El diluvio.

Por: Sam Mendoza Kong

(Se aclara que esta no es una leyenda otomí, sino la formulación de una escrita por mí).

El gran guerrero Uema con el torso al descubierto mostrando su poderío y su voz autoritaria que no permite discusión, convocó a consejo, el chamán vestía el traje que denotaba la urgencia de pedir ayuda a los dioses, portando gran cantidad de plumas en el tocado de su cabeza y un incontable número de amuletos que pendían de su cuello y muñecas. A una señal del jefe, comentó su preocupación sobre aquello que se avecinaba. Moriremos si no huímos de aquí, todos debemos dejar nuestras tierras y llegar a la montaña.

El gran guerrero sudando profusamente y con gran pesar, tuvo que comunicar su decisión e indicó a todos que debían salir de la ciudad al amanecer. Aunque estaban temerosos, no había tiempo que perder.

Mientras la familia del jefe Tlecáxitl preparaba sus cosas con la urgencia que apremiaba la situación, llegó el primer aviso que anunciaba el peligro que estaba por llegar. De pronto la lluvia que había comenzado con fuerza, se transformó en una tormenta infame que arrasaba por igual los sauces junto al río, como los enormes laureles y fresnos. Rápido arrancó las chozas del suelo, los huertos, los animales y mutiló los sueños de los recién casados, al derribar sus hogares. Borró todo vestigio de la existencia de los viejos, de los hombres y sus hazañas, de las mujeres y sus afanes. El agua comenzó a correr con fuerza arrasando todo a su paso.

Tlecáxitl tomó a su hijo más pequeño en brazos mientras gritaba a todos los de su pueblo, incluyendo a su mujer, para que corrieran con fuerza hacia zonas más altas. El agua les fue alcanzando los tobillos, luego los fue deteniendo para avanzar porque el líquido subia como sube una serpiente por las ramas, algunos fueron revolcados por la corriente y ahogó sus gritos desesperados más no el de los que los rodeaban y que seguían luchando por sus vidas.

El guerrero llamado Badí, un hombre fuerte y decidido que siempre había sido buen observador, se atrevió a eso a quien nadie del pueblo ni de forma remota se le hubiera ocurrido intentar, recordó cómo movían las patas las ranas que había visto y se acercó a la orilla y se metió al agua para alcanzar tres troncos que deseaba acercar a sus compañeros. Ellos, aún azorados, lo llamaban a gritos y Badí, sólo pateaba en dirección a ellos, sujetándose de aquellos objetos que flotaban.

Una vez fuera del agua y, dando órdenes a varios, pidió que trajeran otros troncos más y los juntaran, luego con gran esfuerzo fue a cortar con su cuchillo de pedernal, dos enormes lianas y amarró los troncos en paralelo. No hubo tiempo para templarse ante el miedo, los tres guerreros alentados por Badí, subieron a la improvisada balsa. Viendo otros Uemas cómo habían hecho Badí y sus compañeros, los imitaron.

El jefe Tlecáxitl pudo llevar al restante de su pueblo a lugar seguro, después de navegar a la deriva por cuarenta días y cuarenta noches. Los Uemas, fueron conocidos como los gigantes otomíes que, antes de esta catástrofe odiaban y temían al agua, pero que, a partir de entonces, al menos habían aprendido a superar un diluvio.


Pluma y Pensamiento

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